A veces, cuando todo parece desbordarse, cuando las deudas se apilan y las
soluciones parecen lejanas… es justo ahí donde nacen los milagros. Este es un
testimonio real —y profundamente personal— de cómo la gratitud, la intención clara y
la fe en el proceso abrieron una puerta inesperada hacia la libertad financiera. Porque
sí… ¡los milagros existen!
Manifestar milagros se ha vuelto algo cotidiano en mi vida… Lo pienso y se manifiesta.
A veces, con solo decirlo, aparece en mi celular. No sé si es la inteligencia artificial
escuchándome o si mis pensamientos son tan potentes que se materializan al instante.
Lo cierto es que un día me senté a calcular todo lo que debía para incluirlo en mi PPD:
el préstamo, las tarjetas de crédito que ya estaban al tope… todo. La suma
final: $76,795.00.
Deseé con todas mis fuerzas poder saldar mis deudas. De hecho, una de las dos cosas
que más anhelaba en mi corazón era mi libertad financiera.
Pagar cada mes era una tortura, y muchas veces no sabía ni de dónde saldrían los
fondos. Estaba abrumada: la nevera del apartamento de arriba no enfriaba bien, la
secadora dejó de funcionar, se rompió una tubería, había que comprar agua, gas, la
estufa dejó de funcionar, la tele del apartamento de arriba, se quemó, la tele de abajo
tenía una ralla en el centro y pronto se fundiría y en el estacionamiento trasero se
produjo una rajadura que se acentúa día con día cada día… y todo eso sin contar las
cuentas fijas… una verdadera pesadilla.
Aún así, siempre daba gracias… porque, de una forma u otra, todo se resolvía.
Tres días después —sí, tres, número mágico— me llamó mi tía, la hermana de mi
madrecita linda.
“Pilli, necesito que vengas al banco mañana. También he citado a tu hermano”, me dijo.
Me puse nerviosa; no sabía qué quería. Sabía que conjuntamente con mi hermano, ella
estaba negociando la venta de un terreno, pero yo no estaba involucrada.
A las 9:00 a.m., me encontré con mi hermano en el banco.
—¿Sabes qué quiere Anabelle? —le pregunté.
—No —me dijo—. A mí también me citó, solo me pidió que le dijera cuánto debía al
banco.
Los minutos se hicieron eternos. Hasta que la vimos entrar, sonriendo con esa luz que
siempre la acompaña.
“Bueno, mis amores”, dijo, “los he citado porque quiero prestarles un dinero. Me lo
pueden pagar poco a poco y sin intereses.”
Dirigiéndose a mi hermano, le dijo:
“A ti, mi amor, te voy a dar $75,000.”
Y mirándome a mí:
“¿Puedes averiguar cuánto debes?”
“Sí, claro”, respondí. “Casualmente hace unos días sumé todo… y debo un poco más
de $76,000.”
“Muy bien”, dijo. “Vamos a hablar con la gerente. Les voy a hacer un cheque a cada
uno.”
“El adelanto de la venta del terreno lo deposité ayer en este banco, así que no hay
problema.”
No me atreví a preguntar cuánto me iba a dar. Solo esperé, en silencio.
La gerente nos recibió. Mi tía explicó lo que quería hacer, y enseguida sacó su
chequera. Primero llenó el cheque para mi hermano. Luego empezó el mío.
“¿Son $76,000, ¿verdad?”
Casi inaudible, respondí que sí. Me sentía feliz, incrédula, conmovida y profundamente
agradecida por un gesto tan noble.
Todo parecía un sueño… pero era real.
Deposité los $76,000 en mi cuenta de ahorros. En mi mente resonaba el cántico
insistente, primal: ¡Hazlo AHORA¡ Enseguida pedí el saldo exacto de mi préstamo.
—¿Lo va a cancelar completo? —me preguntó, sorprendida la gerente.
—Sí —respondí—. Y también necesito el monto exacto de mi tarjeta, porque la voy a
cancelar.
—¿Va a cancelar la tarjeta?
—Sí. Ya no la quiero. Los intereses son muy altos y no me conviene.
—Pero señora Gisela, le podemos bajar la tasa…
—No, gracias. No quiero más tarjetas de este banco.
Compré dos cheques de gerencia y cancelé otra de mis tarjetas y aboné a la tercera.
De los $76,000, no me quedó nada ese día en mi cuenta… ¿Las tarjetas? Canceladas,
excepto un saldo mínimo en una de ellas, que también planeo cancelar antes del 30 de
diciembre de 2025.
Una semana después de cancelar el préstamo, el banco me
devolvió $9,231.57 correspondientes al seguro de vida no utilizado. Colocando la mitad
en plazo fijo, sentí que el ciclo se cerraba con bendiciones extra.
Con lo que me pagaron, la semana pasada hice mi primer abono a mi tía: $2,100.
Mi plan ahora es seguir abonando cada quincena o cada vez que haga una venta
extraordinaria. ¿Qué venderé? No sé… alguna idea manifestaré de aquí al 31 de
agosto de 2025…
¿Mi meta?
Con profundo gozo celebro mi completa libertad financiera pagando el saldo del
préstamo de mi tía y colocando en un plazo fijo $250.000 para el 21 de diciembre
de 2026.
Hasta entonces, y mucho más allá, vivo agradecida, porque HOY tengo 76,000
razones para dar GRACIAS.



Muchas felicidades Gisela que impresionante testimonio de fe me gusta tu actitud y es inspirador gracias por compartir tu alegría y si se puede!!